Vacaciones de una bailarina de Danza Oriental...

Siempre me ha aterrado sentir que pierdo mis días sin hacer nada, viendo como pasan los minutos y horas sin sacar algún provecho al tiempo imparable. A veces concibo las vacaciones como un vacío amargo que provoca una ansiedad inesperada. Pero tengo mis estrategias para engañar a las vacaciones, y suelo coger un país fuera del mío, y llenar mi tiempo con alguna excusa o pasatiempo, como por ejemplo: "Aprender Inglés". Por cierto, hecho que está comenzando a frustrarme profundamente, en fin, no es el tema de hoy.
Pero, pasado los primeros días de "no hacer mucho" y dejar ese síndrome de abstinencia se  relaje, surgen claros en la penumbra más azabache. Betas de luz que dan solución a asuntos que llevo dándole vueltas todo un año: Si llevaba una año en plantearme algo, ahora lo veo claro y conciso. Si estaba indecisa entre a o b, resulta que ahora veo claro que la solución era la C. Bueno, pues resulta que sí, que son necesarias las vacaciones o "irse a un país extranjero a estudiar inglés", son la solución y la respuesta a muchas preguntas y dudas. 
Ajá, por eso decía Dios en su metáfora (porque siempre he creído que la creación de mundo de Dios era una metáfora)  que el domingo se lo "cojía libre", no sólo era para descansar, es porque es necesario. Qué sabio...
Otras de las cosas que odio, son los libros de autoayuda, especialmente los de Jorge Bucay, Dios, porque es tan... ñoño. Pero este hombre tiene más razón que un Santo, así que me despido con una historia que hoy cobra más sentido que nunca,  y es que para bailar, aprender y enseñar mejor, es necesario dejar reposar tu cuerpo y tu mente para dejar que tu mente brote soluciones que no se expresaban cohibidas por el trabajo o extres.


El leñador Tenáz (nosotras las bailarinas podemos traducirlo por la bailarina eficiente...)

Había una vez un leñador que se presentó a trabajar en una maderera. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo mejores aún, así que el leñador se propuso hacer un buen papel.
El primer día se presentó al capataz, que le dio un hacha y le asignó una zona del bosque.
El hombre, entusiasmado, salió al bosque a talar.
En un solo día cortó dieciocho árboles.
-Te felicito -le dijo el capataz-. Sigue así.
Animado por las palabras del capataz, el leñador se decidió a mejorar su propio trabajo al día siguiente. Así que esa noche se acostó bien temprano.
A la mañana siguiente, se levantó antes que nadie y se fue al bosque.
A pesar de todo su empeño, no consiguió cortar más de quince árboles.
«Debo estar cansado», pensó. Y decidió acostarse con la puesta de sol.
Al amanecer, se levantó decidido a batir su marca de dieciocho árboles. Sin embargo, ese día no llegó ni a la mitad.
Al día siguiente fueron siete, luego cinco, y el último día estuvo toda la tarde tratando de talar su segundo árbol.
Inquieto por lo que diría el capataz, el leñador fue a contarle lo que le estaba pasando y a jurarle y perjurarle que se estaba esforzando hasta los límites del desfallecimiento.
El capataz le preguntó: «¿Cuándo afilaste tu hacha por última vez?».
-¿Afilar? No he tenido tiempo para afilar: he estado demasiado ocupado talando árboles.

Buenas noches....

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