Jerusalem



Las tierras eran rojizas, escurridizas, jugaban a ser torbellinos en el camino.
Dejé atrás las bajas montañas cobrizas y recorriendo las tierras se acercaba mi destino de oro.
Recorrí las calles estrechas y buscaba un refugio, quizá por la añoraza, sentía pertenecer al lugar. Entre callejuelas no veía el horizonte, no encontraba más allá que las casas sobrias rellenas de tesoros. Sin avisarme, elevé mi mirada y encontré la cúpula dorada: al aqsa, mi destino y mi pasión. Sus paredes gritaban en sus tizas Issa, Issa! el nombre de Jesús.

1999, Jerusalem, Helena Rull;

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